Pasta y películas

Por Oralia Torres de la Peña

Collage: Fabiola Santiago. Foto cortesía de la autora. Imágenes de Pixabay, fotograma de ‘Goodfellas’.

Estoy pensando en escribir un ensayo. No, un texto – un ensayo es algo riguroso y científico, con inicio-desarrollo-conclusión y una hipótesis de la cual partir, y este será un texto sobre cine, sin una película en específico en mente. Llevo tiempo sin escribir, y me cuesta un poco retomar la costumbre de traducir las ideas coloridas y vastas que están en mi cabeza a una lectura estructurada y legible. 

Ya es la una y media, es momento de pausar e ir a cocinarme algo para comer. Haré una pasta para aprovechar la salsa casera que hice y terminar con el portobello que lleva algunos días en el refrigerador. Lleno a la mitad una olla de agua y la coloco sobre la parrilla superior derecha; agrego sal, un ajo y una hoja de laurel. Corto el portobello en cuadritos, y pienso en Paul Sorvino y la voz en off de Ray Liotta mientras rebano más ajo. Escribiré sobre cine y por qué fluye mejor en texto que en otros formatos. Tuesto el ajo recién rebanado en aceite de oliva, le echo sal. Quizás el inicio aparezca mágicamente entre los hongos, el cebollín y la salsa de tomate que hice la semana pasada. O quizás las ideas se conecten mejor si las dejo remojando en el agua de pasta que sobró. Sirvo una porción, le pongo la salsa y un poco de queso gouda. Sabe muy bien, pero no encuentro la respuesta exacta que quería. Lo dejo ir para concentrarme en mi comida. 


Escribir, por sí mismo, es concretar ideas abstractas en algo tangible. Escribir sobre cine es tomar las emociones y pensamientos que surgen a partir de ver una película y traducirlos a un texto (sea reseña, crítica formal o ensayo). Esto es algo que solía hacer por montón antes de la pandemia, más que nada en reseñas rápidas (500 palabras, máximo) como resultado a las funciones de prensa, a un ritmo extenuante que tampoco daba mucho espacio para disfrutar, de verdad, el tiempo después de ver una película para reposar los pensamientos y emociones. Durante los periodos de confinamiento y eventual regreso a la “nueva normalidad”, estaba demasiado ansiosa como para concentrarme lo suficiente en hilar más de 30. Armé hilos en Twitter con microrreseñas, comencé a participar en un podcast de cine. Todo es más sencillo que sentarme, confrontar las ideas que flotaban libremente en mi cerebro y, de hecho, escribir. Aun así, resiento no escribir como antes, con tanta facilidad; lo extraño como, durante lapsos de migraña, extraño no sentir dolor. 


A inicios de año, me enfermé de COVID-19. Con todo y dos vacunas AstraZeneca fue espantoso. Casi me dio neumonía y me drenó tanto de energía, que estuve en cama por una semana, en completo aislamiento. El tiempo que estaba despierta era una neblina, y para mantener cierto control sobre la ansiedad e hipocondría —que me traería pésimos pensamientos a largo plazo— me puse a ver películas, en su mayoría de animación y algunas que ya había visto para reconfortarme. Recordé con mucho cariño el momento en que se consolidó mi amor por el cine: de niña, en las largas tardes y noches que pasé recuperándome de una cirugía cerebral. El cine es mi primer refugio, un antídoto poderoso contra cualquier amenaza externa (o interna), y nada me hace más feliz que una película me provoque fuertes emociones y reacciones. No, espera: también me hace muy feliz trazar qué quería presentar la película, por qué y cómo. Poder escribirlo de manera coherente y, de una forma u otra, compartirles a las demás qué tanto significó la película para mi y por qué deberían dedicarle tiempo, penas o alegrías. Aquí estoy, regresando al formato escrito poco a poco. 


Al fin me animé a escribir un texto sobre cine. No sé si clasificarlo como ensayo, pero podría asemejarse a uno; todo depende de la perspectiva. Tardé años en llamarme “escritora” como pa’ dejar que la ansiedad y falta de concentración me haga olvidar ese pequeño triunfo profesional. Lo reviso, se lee bien, estoy satisfecha con él, pero algo no me termina de cuadrar. Dos de la tarde, hora de preparar algo de comer. Dejo reposar el texto, como a los hongos secos que rehidraté y acompañé con rajas con crema del otro día. Rajas con crema, esa podría ser una buena opción para comer hoy, junto con las tortitas de papa que preparé antes del asueto. Enciendo la estufa, coloco un sartén, agrego aceite. En lo que se calienta, saco las rajas y tortitas de papa del refrigerador; en la tabla para cortar, rebano un ajo lo más delgadito posible y lo agrego al sartén para que se dore. ¿Habrá más personas que piensen en Goodfellas (Martin Scorsese, 1990) cada que cortan ajo? Quizás ligar más el arte a cuestiones y eventos ordinarios sería un ángulo distintivo; el chiste sería averiguar cómo. Agrego las rajas y un delicioso sonido inunda la cocina; coloco las papas en el mismo sartén para que también se marinen un poco con la crema. Es buena idea, y podría explorarla a través del abecedario de ensayos que quiero armar. Quizás el secreto para retomar la escritura es pausar y observar más detenidamente la cotidianidad, igual que como veo películas.

Fotograma ‘Goodfellas’.

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