Valentina o la serenidad de un rodaje lluvioso

Por Fabiola Santiago

Valentina o la serenidad
Fotografías: Fabiola Santiago

“Ya viene la lluvia” observan una, dos, tres personas en un cementerio coronado por nubes grises. El lugar, sembrado de lápidas bajas y pinos altos, está más poblado de lo normal para ser un mediodía en Villa de Guadalupe Victoria, en la Mixteca oaxaqueña. Una niña de cabello oscuro y largo se balancea sobre sus pies y observa a los adultos que la rodean.

“Cuidado en dónde pisan. Acuérdense que están en un panteón de verdad”, indica la directora Ángeles Cruz. El sitio es real, pero la ceremonia es parte de un montaje, el de la segunda película de la cineasta y actriz. El crucifijo de madera que encabeza el montículo de tierra y hojas reza el nombre de Emiliano Mendoza Sánchez, padre de la protagonista de esta historia, que lleva por título Valentina o la serenidad.

Después de un par de ensayos y antes de comenzar las tomas, la directora nos comparte una mezcla de ruda y alcanfor como protección. El aroma se mezcla con el de la humedad y con el del ocote que ya comienza a humear sobre una vasija. “Estamos en un lugar sagrado, donde descansan nuestros difuntos y de esa manera también tenemos que entrar”, me explicará después sobre este gesto.

Al grito de “¡Acción!” los actores y extras de la cinta adquieren un semblante triste frente a la tumba. Miembros del crew quitan la cruz para que la cámara pase sobre el montículo de tierra y flores, y se detiene ante la familia que despide al padre. La niña, pequeña y morena, de unos 8 años, sale de la escena casi corriendo.


“¿Por qué la serenidad?”, le pregunto a la directora en entrevista. “Porque es lo que buscas cuando atraviesas un duelo. Es lo que menos tienes”, contesta la realizadora, que en esta ocasión aborda el proceso de pérdida en las infancias. 

“Yo perdí a mi padre cuando tenía nueve años. Digamos que a partir de ese momento mi vida cambió y no pude hablar con nadie sobre eso porque cada parte de mi familia estaba viviendo su propio duelo. Siempre me quedé con esa espinita de quién platica con los niños o con las niñas cuando fallece alguien cercano.”


En contraste con la solemnidad al rodar, los momentos entre toma y toma revelan un ambiente más relajado y gozoso que se preserva aun frente a la tensión por una probable lluvia. La jornada de filmación inició desde antes de las 8:00 horas en otra locación y contempla la grabación de la puesta de sol, pero por ahora el detrás de cámaras del funeral es ameno.

Danae o ‘Dana’, la pequeña que interpreta a la Valentina del título, juega con Gadiel, otro de los niños que lideran la historia, y también se entretiene con el crew; le pide a Yamurith Gallegos (foto fija) que le tome una fotografía, o abraza a Minerva Rivera (primera asistente de dirección). 

Unos metros más allá, una quincena de extras bromea; la mayoría se conoce, pues son pobladores de la localidad en la que se filma, lugar de origen de la directora. Aquí están, por ejemplo, Chabelita y Nico, dos adultos mayores oriundos de la comunidad, quienes también realizaron los rezos en el funeral de Nudo mixteco, ópera prima de Cruz.

“Son pocas indicaciones las que se dicen, realmente solo es lo que la cámara va a ver. Digamos que todos los que vienen, los deudos, la gente de la comunidad que viene a acompañar a la familia, ya saben lo que tienen que hacer, y es muy fácil dirigirlos. Aquí todo mundo pone las flores, hace las cruces, es como una dinámica comunitaria que compartimos a la hora de hacer la filmación y todos ya saben cómo moverse y qué papel juegan. Creo que ahorra un montón de cosas, porque estamos hablando el mismo lenguaje”, ahonda la realizadora.

Sin embargo, para el papel de Valentina, Cruz buscaba a una niña perspicaz y rebelde. Después de un proceso de varios meses que incluyó pruebas y talleres, fue Danae quien la convenció con su disciplina al aprenderse los textos y su buena disposición. A pesar de que iniciamos el día en otro lugar, en el que ya hizo tomas caminando y en bicicleta, ella coopera, ensaya y repite sus líneas, aunque ocasionalmente le gana la curiosidad por mirar a la cámara. 

Ángeles suele agacharse al hablar con ella y le explica que hay que hacerlo correctamente, o los demás también tienen que repetir su trabajo. “Todo está muy bien”, confirma cuando la toma ya quedó, y el equipo puede descansar un momento.

Tras pocas horas de convivencia, Danae se acerca a mí, me dice que le gustan mis aretes en forma de peces y minutos más tarde me muestra una tortuga de juguete que guarda en un recipiente con agua. “Estaba chiquita, pero ya creció”, comenta. Saca un cubo de Rubik y le pide a Loretta Ratto (sonido) que lo resuelva. Es la quinta semana de rodaje y su comodidad entre el equipo es evidente.

“Hay un ambiente arropado para ella. Nunca ha trabajado de manera forzada o que diga que ya se quiere ir, sigue todavía con este afán de gusto y de emoción. También eso se debe a todo el crew”, reconoce Ángeles.

El equipo terminó de filmar un momento del entierro en el que se reparte comida, misma que ahora se distribuye entre quienes estamos en la locación.  Antes de continuar grabando, Danae le da una mordida a un taco de arroz y frijol y me pide que se lo cuide. El deber llama y las primeras gotas de agua comienzan a caer. Ya viene la lluvia. Los protagonistas y extras rodean ahora un agujero excavado en medio del terreno, desde el que Carlos Correa (director de fotografía) sostiene la cámara para lograr una toma de los dolientes desde el punto de vista de quien es despedido.

La actriz Myriam Bravo acompaña a sus hijos en la ficción y junto al resto de los extras entonan una breve canción en mixteco. Pero los paraguas ya no son suficientes para contener una lluvia cada vez más densa que marca el corte a comer.

En este segundo largometraje a la cabeza de un equipo, Ángeles luce segura. “Me siento muy confiada y me gusta trabajar en mi comunidad justo por eso. Pedimos permiso a la tierra, sabemos que la lluvia es necesaria también. No corremos, sino que podemos parar y retomar el trabajo”, agrega en la conversación sobre esta película, realizada con el apoyo de FOCINE y del Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC).

Después de la charla el aguacero no cesa y, efectivamente, no es posible continuar la filmación. “¡Es todo por hoy! Ya no va a parar”, anuncia la directora sin asomo de frustración. Para algunos es el último día en la cinta, así que lo celebran. 

“Creo que saberse arropada también por la parte a la que pertenecemos me da mucha tranquilidad. Y me emociona mucho”, enfatiza Ángeles Cruz sobre esta nueva experiencia. 

Dana juega cartas con Gadiel y al ver la cámara morada con la que pretendo retratar a la directora me pregunta qué es, cómo funciona, y me pide que la fotografíe también a ella.

La serenidad también es esto: finalizar con alegría una jornada de rodaje en un cementerio, comer pan recién hecho que es repartido a manera de despedida, aplaudir por el trabajo recién realizado o esperar a que se revele una fotografía instantánea mientras la lluvia sigue cayendo.


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