
Por Irlanda Mainou Montañéz
Fotos: Rubí Domínguez
Innumerables veces trataron de convencernos que ellos eran los que sabían cómo hacer un encuadre, cómo cargar la cámara, escribir un guión, producir o dirigir actores, aunque las Morras Films llevamos años (cada una de manera individual) profesionalizando nuestro laburo; sobra decir que los varones nunca terminaron de persuadirnos, porque juntamos nuestro vigor para componer esos cuadros, redactar esas historias y gestar un primer producto audiovisual que nace desde la rabia, pero también desde el amor.
En mi estado -San Luis Potosí- hay una microindustria audiovisual en desarrollo que resiste muy a su manera al centralismo, porque algunos se van a probar suerte para no regresar; lo veo en compañeras actrices, escritores, bailarines, fotógrafas o compañeres que fueron directamente a Ciudad de México a profesionalizarse en la experiencia de la narrativa audiovisual-escénica. Sin embargo, esta microindustria potosina es sumamente patriarcal y clasiracista -nada nuevo- en cuanto a los equipos de trabajo, las historias y lo que ocurre en set.
Todo lo noté hasta que miré al pasado, mi pasado recorrido como artista escénica; lo note al hacer una introspección de las historias que conté en la adolescencia siendo actriz, historias escritas por y para hombres que banalizan la ontología de las mujeres. Su hermenéutica era muy clara: generar intertextualidades para explotar las tragedias que vivimos las mujeres en la realidad -violencia, abuso, abortos, etcétera- o para perpetuar el arquetipo de Colombina (novia de Arlequín en la comedia del arte italiana). Mientras tanto, fuera de su ficción, los ejercicios en el set eran sumamente asquerosos y abusivos porque replicaban la violencia que tanto querían señalar como incorrecta en sus historias. No es ironía, es cinismo.
Por otro lado, mucha de nuestra resistencia también se debe a una gentrificación en el gremio audiovisual -chilangos, europeos y gringos- ocupando los recursos económicos, culturales y turísticos para desplazar a la banda local y abaratar nuestro trabajo -como si en provincia no fuese utópico de por sí vivir del arte-, cuando la realidad es que muchos creadores tenemos los conocimientos y habilidades que la industria necesita y nuestro trabajo no vale menos que el de un europeo, un gringo o un chilango.
Estaba harta de quedarme frente a la cámara, viendo cómo todos manipulaban los equipos, los recursos, las historias y mi cuerpo, no por actuar un personaje (porque en realidad es apasionante tomar un texto, desarticular la ficción para crear arte vivo con el cuerpo y por consecuencia arte digital por medio del lenguaje cinematográfico); más bien, estaba cansada de representar narrativas que no sólo no problematizan sobre nuestra idiosincrasia, historias que no politizan o cuestionan, sino que perpetúan estereotipos obsoletos de masculinidades y feminidades hegemónicas. No obstante, comenzó a nacer el hartazgo de que el equipo de trabajo -crew- siempre habían sido ellos.

Como personaje, conté historias que en realidad me parecían sosas: amor heterosexual en tiempos de jotería, mujeres débiles en tiempos de lucha feminista, musas semidesnudas en tiempos de punk, pero, como actriz, conté historias burdas, recibiendo hipersexualización de mi cuerpo siendo menor de edad, acoso sexual, violencia psicológica, efebofilia, violencia estética y revictimización dentro y fuera del set. Dialogando con una compa llamada Ashley, pensamos acerca de las prácticas en las artes escénicas en general, porque al día de hoy muchos espacios de creación conservan un discurso y praxis arcaicos para priorizar el arte sobre la salud y la integridad individual.
-No. Si yo no quiero que el docente, el coactor o el director toque mi cuerpo, no quiero. “Es por el arte” “es ficción” “eres mala actriz” se han convertido en pretextos insulsos.
Comencé a escribir mis narrativas, sin esperar que llegasen al escenario o la pantalla porque no es el propósito del acto de escribir, al menos no cuando se hace desde la necesidad de explorar el lenguaje y las letras, alejándome de la necesidad neoliberal de producir rápido para satisfacer la fabricación de contenidos audiovisuales o escénicos para complacer plataformas o televisoras o públicos, sino para encontrar el discurso propio como artista y colectivizar los procesos creativos y mensajes como personas disidentes, porque el ímpetu de crear algo juntas y en un espacio seguro no era sólo mío.

Contacté a unas morras que sabía que tenían la curiosidad a fin de crear algo entre mujeres, entre nosotras, entonces decidimos crear el primer cortometraje producido únicamente por morras en San Luis Potosí, Disoluta, una historia tragicómica que en dieciocho minutos aborda el amor romántico lésbico de una pareja joven que se enfrenta a una sociedad potosina conservadora, homofóbica y clasiracista, satirizando a la personaje antagónica, para de esta manera dejar de contar historias meramente trágicas cuando se trata de homofobia y discriminación.
¿Qué pasa con la comunidad LGBT+ cuando se es adulta mayor? Habrá que ver Disoluta.
Así nació Morras Films como productora emergente, creada desde la resistencia, el cine independiente generado con nuestros propios recursos, hablamos desde la diversidad, desde el ser mujer y el no serlo, desde la no binariedad de género, la diversidad sexual, distintos estratos socioeconómicos, distintas colonias y barrios, formada por y para mujeres diversas, con una ética transincluyente que apuesta hacia las prácticas creativas de la terneza, en donde buscamos los medios de producción para la emancipación de nuestra comunidad de creadoras(es) audiovisuales y gestar espacios seguros para nosotras(es).

-Chicas me acaba de bajar y me siento muy mal, ya manché mi calzón y no traigo nada.
Y las morras llegaron con una toalla sanitaria.
-¡Tus manos están muy secas!
-No hay bronca es por el clima, hay que seguir.
-Pero se te está abriendo la piel.
Y las morras rolaban crema humectante.
-Morras tengo hambre, necesito parar.
Y todas compartimos las gorditas y el ceviche vegano.
-Morras falta una camisa de manga larga para vestuario.
Y cualquier morrita estuvo dispuesta a poner utilería, maquillaje, vestuario, escenografía, medio de transporte, locación y nuestro propio equipo técnico -además del equipo que tuvimos que rentar-. Fueron días de goce y disfrute porque no importó que dormimos hasta la madrugada y despertábamos dos horas después para comenzar el rodaje, el café y los abrazos fueron nuestros apapachos, el frío de nuestro estado semidesértico, nuestras calles y los preciosos cielos y paisajes de nuestra ciudad nos cobijaron cuando teníamos incertidumbre.

Otras prácticas son posibles dentro y fuera del set, por el momento nos preparamos para la próxima producción que tenemos en mente, nuestro organigrama busca las posibilidades más equitativas; si bien, la horizontalidad es idealista, tal vez utópica, desde una estructura nodal y siempre desde la empatía hemos logrado construir y consolidar departamentos clave en nuestra productora.
La próxima vez que cualquiera de nosotras entre a un set de manera personal o con Morras Films estoy segura que esas prácticas violentas centralistas de las grandes producciones y de varios hombres de San Luis Potosí, que hemos percibido en el pasado, no serán vividas de la misma manera.
Genuinamente las admiro a cada una de ellas, a nosotras, a las que hacemos del arte vivo y el arte audiovisual posible desde el amor y la resistencia, porque incluso en momentos de discrepancias o ansiedad colectiva pudimos manejarlo de la manera más factible, hicimos lo que pudimos con lo que tuvimos y no sólo fue suficiente sino que rebasó nuestras expectativas.
Por ahora, seguimos estructurando y conformando la productora, buscando y apoyándonos desde nuestras trincheras, siempre desde la terneza y buscando que las morras (es) encontremos los medios de producción para contar lo que nos pertenece, lo que nos atraviesa, nuestras historias.