Por Fabiola Santiago
Imágenes: Berlinale

Con Tótem, una película que va al núcleo de la familia y al corazón de la infancia, Lila Avilés entrega su segunda película como directora y guionista, después de debutar con una de las óperas primas más exitosas del cine mexicano.
La camarista fue la entrada triunfal que la llevó a representar a México en la carrera del Oscar y el Goya, pero Tótem afianza su paso firme como cineasta desde su estreno mundial en la Berlinale, en donde la directora estuvo rodeada de una familia cinematográfica que la acompaña desde su primera aventura.
El 20 de febrero de 2023, Tótem finalmente vio la luz, después de un camino larguísimo de gestación, pues la idea surgió desde antes de su debut cinematográfico y fue rodada durante la pandemia. En conversación desde la capital alemana, Lila Avilés habló sobre su forma de hacer cine, y sobre el proceso detrás de su segundo largometraje.
FABIOLA SANTIAGO (FS): Después de la experiencia que te dejó La camarista, ¿qué cosas de ahí quisiste hacer diferente? ¿Qué cosas te quedaste para la siguiente experiencia?
LILA AVILÉS (LA): La camarista va a ser un talismán para toda mi vida. Es esa película en la que uno se avienta, y para las personas que formamos parte de ella no solo fue la película, sino el proceso. Y hoy por hoy Gaby (Cartol), Tere (Sánchez) son mis hermanas del alma. Se construyó algo que va a perdurar en nuestra historia por los lazos tan íntimos que hicimos, que esa es la belleza del arte…
Con esta segunda como que también hay un tabú. Yo me acuerdo de amigos cineastas que me decían “La segunda es difícil”, y otro amigo que me decía “Lila, pero te puedes dar el tiempo”. ¿Qué me voy a dar el tiempo? Si yo hubiera sabido, hubiera filmado antes. Yo soy cineasta y me tardé mucho para hacerlo, lo que quiero es filmar. Obviamente ya traía esta historia atrás, pero hay una sabiduría en los caminos. A veces la vida te dice “sé paciente, es por algo”. Siento que algo que es lindo de esta segunda película es que intenté seguir jugando, porque hay una tendencia a pensar que, si te fue bien con la primera, la segunda tiene que ser más gigantesca, o tiene que ser en otro lenguaje.
FS: O que tienes que confirmar tu estilo, o lo que sea. Hay un montón de expectativas ahí…
LA: Exactamente. Y, por suerte, la verdad es que con La camarista me fue muy bien y tuve muchas invitaciones y oportunidad de hacer algo más grande. Y algo que fue lindo de mi proceso y de mi camino es que, como yo ya traía esta historia conmigo y sabía que la quería hacer de cierta forma, fui fiel a ese instinto. Creo que eso es lindo de cualquier cineasta, no importa si eres mujer o eres hombre, serle fiel a esa necesidad. Uno va cambiando y a veces te entran diferentes necesidades, y siento que a mí como cineasta me interesa serle fiel a ese instinto. Me interesa jugar. Si uno voltea a ver la historia de Agnès Varda, de Bergman, Herzog, Cassavetes, Tarkovski… es gente que se dio la oportunidad de jugar. Agnès Varda hace una película súper loca, profunda, y luego se iba a grabar grafitis, y esa era su otra película porque su corazón le decía “voy pa’llá”. O Bergman, que de pronto quería hacer una película de terror y luego, ¿por qué no?, un musical. Y creo que es bien bonito regresar a esa esencia primaria, serle fiel al instinto cinematográfico.

FS: Y creo que eso se percibe en la película, se siente que estás siguiendo un instinto y lo estás plasmando ahí. Y volviendo al trabajo que has hecho con Gaby y Tere, yo sentí que te rodeaste de una familia cinematográfica, algo muy a tono con la película. ¿Qué tensiones surgieron entre ustedes al hacer una película así de compleja, que es un caos, como toda familia? ¿Cómo lo fueron resolviendo?
LA: Lo que fue bellísimo del proceso de Tótem es que me acompañaron personas maravillosas, no solo la constelación de actores, sino todo el equipo en cada uno de los departamentos y había una energía muy linda. Soy una directora exigente con el trabajo actoral, ellos son los genios. Hay muchos que no son actores, pero hay que darles libertad y también hay que cuidarlos. De lo que estoy muy contenta es que el equipo se adapta a uno y a la forma de trabajar. A veces pensamos que solo hay una forma, pero lo que es lindo del arte es dejarse ir con ese fluir. Tengo una parte muy lúdica, me gusta divertirme; para mí la preproducción es el infierno, y más que Gaby y yo hicimos el casting; yo empecé a filmar agotada, sentía que ya había empezado. Me meto en todo y puedo ser compleja para la gente. Pero una vez que empieza, ya es el júbilo, sobre todo con las niñas, que es algo que me interesaba mucho. Los niños juegan y no piensan tanto las cosas y se divierten. Siento que esa es la belleza de la naturaleza misma, hay algo muy vivo en la infancia, hay una danza. Fue muy lindo sumarnos a ese universo de ellas y no a la inversa; para mí era vital que a las niñas se les tenía que cuidar y escuchar y entender sus procesos. Con Nai (Naíma Sentíes la protagonista) hubo un trabajo increíble, pero también momentos en que no quería hacer nada y había que ser pacientes porque estábamos en su proceso. ¿Qué pasa con el mundo? Así como está es extractivista; quiere extraer, robar, ir a sus tiempos. Y también para el cine es así, en el sentido opuesto. Claro, hay unas reglas, hasta cierto punto económicas, que te permiten trabajar ciertas horas, y ahí entro yo, tengo que ser sabia, entender y no agotar a todo mundo. Y la fortuna del proceso es que esa vitalidad de las niñas permea, y a veces hasta terminábamos antes.

FS: Me causa curiosidad tu proceso de escritura, porque los diálogos se sienten muy naturales. ¿Cómo captas esa espontaneidad que va tejiendo momentos de complicidad y de juego? ¿Cómo capturas eso para tenerlo en el guion y en la película?
LA: Yo me voy imaginando. Algo lindo que me dio La camarista es que yo no estudié formal en una escuela y terminé dando un chorro de talleres. Lo que promuevo es que el guion es la base, pero no le demos ese peso. El peso está en ti, en la construcción de lo que uno busca y quiere. Creo que es súper importante dejarse escribir, porque a veces pensamos “es que tiene que ser un peliculón”. Y si te clavas en eso, ya, nunca vas a escribir. Yo fui la outsider, parte de estos talleres de los “Don Nadie”, y eso es muy lindo. Yo cuando entré al taller de Beatriz Novaro, ya tenía escrita La camarista, y de hecho fui con esta película. Ella es una sabia porque entiende la esencia de cada quien y no intenta imprimir otra cosa. Obvio, hay mucho trabajo atrás, pero a la hora del guion solo deja que fluya, piensa en tus personajes, porque además cuando ya estés filmando también van a ir cambiando. El cine es un constante cambio. Yo creo que cada quién se conoce, cada quien tiene su forma, y yo siempre impulsaría el “conócete a ti mismo”. Conócete, constrúyete, destrúyete y reconstrúyete.
FS: Las películas no acaban en la edición o en la posproducción, sino que su ciclo concluye una vez que salen y son vistas. ¿Qué te ha dejado la película ahora que ya empezó a verse?
LA: Ese 20 de febrero lo voy a guardar para siempre en mi existencia. Es un regalo que va más allá de la película; incluso si no hubiera sido acogida como lo fue, ya es. Es un regalo.
FS: Por último, por favor háblame del trabajo de fotografía con Diego Tenorio, ¿cómo trabajaste las decisiones de la mano con él?
LA: Diego es chidísimo, es compa. Y, como todo, yo necesito fluir con la gente. Fue muy lindo su acercamiento, es un hombre muy maduro, aunque es joven. Se dejó jugar. Venía de una película súper impresionante (La paloma y el lobo, de Carlos Lenin), donde la foto tiene una estética muy potente y aquí es otra cosa. Y creo que eso es lindo del trabajo de la foto, que la película ya habla con su lenguaje. Yo no soy el tipo de directora que diga que clínicamente se va a hacer esto, o “a partir de esta foto…”. Es algo que se va gestando y que no lo puedo explicar. Es el feeling, la intuición, ese algo que te dicta el corazón y que te dice que vamos bien. Además de que la película sí era una hermandad, porque si no te diviertes, ¿para qué haces esto? Y ese tesoro yo espero seguirlo llevando, porque es tanta gente y cada quién está viendo hacia su ego, que ya te aburres. Pero cuando se trata de ese cuidado, diversión y descifrar… creo que esa es la belleza de la dirección, que es un caos, pero luego se ordena, es una revolución.
Tótem (Lila Avilés, 2023) formó parte de la competencia oficial del Festival Internacional de Cine de Berlín, en donde obtuvo el Premio del Jurado Ecuménico.
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