Crítica de “La flor más bella”

Por Fabiola Santiago

Netflix

Nunca fui de talla pequeña, pero a los 11 o 12 años mi cuerpo comenzó a cambiar sin que yo me diera cuenta. Lo único que percibía era un hambre sin fondo que con gusto complacía dando rienda suelta a mi creatividad: hacía sándwiches elaboradísimos, freía el pan en mantequilla, aprendí a preparar algunos dulces, postres y galletas. Solo después de un año comencé a percibir un cambio cuando las faldas escolares ya no me cerraban, pero principalmente cuando las miradas de las personas a mi alrededor me lo hicieron saber: Estaba gorda.

Era raro, porque yo me seguía sintiendo yo, pero los comentarios me decían que había algo diferente. Después de muchos años, yo me seguía sintiendo yo, pero había algo en mí que parecía estar mal para los demás y poco a poco también para mí. La gordura se convirtió en ese elemento que, si desapareciera de mi vida, se llevaría con ella todos mis problemas. Si no fuera gorda, tendría novio. Si no fuera gorda, me tratarían mejor. Siempre, todo, si no fuera gorda.

Crecí, además, en la época de los pantalones a la cadera, de las películas juveniles en las que la fracasada solo triunfa cuando baja de peso y se cambia el corte de pelo, en los años de los blogs pro Ana y Mía (anorexia y bulimia). Las narrativas que rodearon mis años de formación en el cine, la televisión y las revistas solo confirmaron con fuerza lo que mi entorno inmediato me decía. No había nada peor que ser una adolescente con sobrepeso.

A Mich (Esmeralda Soto), una estudiante de preparatoria con sobrepeso, le estorban los prejuicios para poder explotar su potencial. En la serie La flor más bella (Netflix, 2022), que se desarrolla entre las trajineras de Xochimilco en la Ciudad de México, la protagonista es una joven que aspira a cantar y actuar, que aún está descubriendo su orientación sexual, que tiene ciertos conflictos familiares, y que es gorda. Esto último podría carecer de importancia si no fuera porque, aunque para ella realmente no la tenga, para algunas personas de su entorno sí la tiene. Sin embargo, este programa permite que sea la chica gorda quien ocupe un lugar central en la trama, señalando reacciones desatadas por sus características físicas, sin que eso se vuelva el centro de su mundo o su rasgo principal. “Tú no eres una güera de ojo azul, tú no eres talla cero, y estás hermosa”, le recuerdan sus amigas.

Mich es un personaje complejo, a veces carismático y a veces odioso, gracias al trabajo de guion y a la actuación de la comediante y estrella de redes sociales Esmeralda Soto. La historia está inspirada en la juventud de la también comediante Michelle Rodríguez (Mirreyes vs Godínez), quien se ha enfrentado a todos esos sesgos que una enfrenta cuando es gorda y no encaja en los estándares de belleza de una industria basada en la imagen.

La esencia de la trama es sencilla: Mich es una joven que quiere conseguir el papel estelar en la obra de teatro de la escuela, y al mismo tiempo intenta vivir su historia de amor adolescente. Esto se adereza con subtramas sobre diversidad sexual, racismo, redes sociales, rivalidades familiares, y el dilema entre continuar las tradiciones o buscar lo moderno. Rodríguez y la guionista Fernanda Eguiarte, crearon una historia de fondo sencilla, adornada con humor y situaciones que intentan aterrizar entre el lenguaje de la Generación Z y una chispa del chilanguismo en el que se ambienta la serie (se aprecian las menciones a las gomichelas, los sonideros y los molletes).

Los colores brillantes, la fotografía radiante y el folclor idealizado que permiten a los estudiantes de este universo deslizarse de un lado a otro en trajineras de tonos fosforescentes y pastel, dan a este show un tono marcadamente optimista. No es una producción que pretenda ser fiel a la realidad; se trata de una propuesta por encontrar lo lindo en donde no estamos acostumbrados a mirar, o en donde acostumbramos a hacerlo con prejuicios, como la periferia de la ciudad, o como los cuerpos morenos o de grandes proporciones.

Quizá en un intento por hablarle a su público objetivo con un lenguaje que le resultase familiar, la serie adopta varios de los tropos de los dramas adolescentes más mainstream: la oposición de populares vs. perdedores, sitios de reunión y de exclusión, arquetipos como la rubia mala o el guapo con familia adinerada. Esto es contradictorio al intento por huir de lo hegemónico y ensalzar lo local (por ejemplo, las tradiciones xochimilcas, como el concurso que da nombre al programa) y dotar al show de un ambiente mexicano, pues los pasillos con lockers se asemejan más a los de una Highschool gringa que a los de alguna preparatoria o colegio de bachilleres de México. Que el espacio en el que se ubican los chicos cool sea una fuente no deja de recordar a los programas adolescentes de Disney o Nickelodeon, por más que coronen el lugar con una estatua de Quetzalcoatl.

Y, aun así, La flor más bella se posiciona en un lugar más cercano a producciones como Never Have I Ever (creada por una comediante de origen indio que se inspiró en sus vivencias, Mindy Kaling) y ya no tanto a otras (también de Netflix) que reproducen y refuerzan aspiraciones de clase y belleza como Élite, o incluso la nueva versión de Rebelde y sus personajes hiperdelgados. Menciono el símil con la serie norteamericana pues, a pesar de las diferencias culturales y de las semejanzas obvias (como la vida estudiantil de la preparatoria), lo que comparten es una esencia que viene desde otro lugar, desde un abrazo que sus creadoras parecen ofrecer a las adolescentes que vienen después de ellas. Ambas son series que me faltaron mientras crecí (y sospecho que tanto Michelle Rodríguez como Mindy Kaling sienten lo mismo), y que me alegra que puedan estar ahí para las chicas que creen que hay algo mal con su color de piel o con la talla de sus cuerpos, solo porque las representaciones que ven en pantalla de mujeres como ellas son peyorativas o casi inexistentes.

“Si no fuera gorda, tendría novio. Si no fuera gorda, me tratarían mejor…” La flor más bella permite a su protagonista desprenderse de esa eterna condicionante para las mujeres con sobrepeso y saberse bonita, besar a la guapa y sentirse Alicia (la del País de las Maravillas) aunque no sea rubia ni flaquísima. Aunque el guion llega a diluir su dirección entre los enredos de Mich y sus amigas, y a pesar de la aspiración por seguir reproduciendo estructuras de series norteamericanas, este es un acercamiento bastante digno y sincero por comenzar a situarnos fuera de lo normativo en lo que al cuerpo femenino se refiere. Es una manera de decirle a los espectadores que ser gorda no tiene que ser lo peor que te puede pasar, sino que es una característica más, de entre muchas que nos conforman.

En ese Xochimilco colorido e idealizado es donde, como pocas veces en la televisión mexicana, una adolescente con sobrepeso es algo más que un gag cómico o un personaje secundario y en cambio puede vivir su sueño de ser la estrella de la obra, de conquistar el amor, de explorar su sexualidad, de ser ella sin tener que cambiar su cuerpo para lograr nada de eso.

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