Crítica de «Cerdita»

Por Fabiola Santiago

Morena Films

Si fuiste una joven de piernas gruesas y cara redonda, probablemente lo sepas: La crueldad de los adolescentes contra los cuerpos gordos de las mujeres es de una violencia que marca. Los “oinc oinc” que te gritan cuando pasas al frente de la clase, las burlas en las fotos, las bromas de mal gusto, los apodos porcinos. Para Sara (Laura Galán), quien pasa las tardes detrás del mostrador de la carnicería de sus padres, el sobrenombre queda a la medida: Cerdita.  

La directora Carlota Pereda nos zambulle desde el inicio de esta cinta en la asfixia cotidiana de la protagonista. Todo parece recordarle a Sara que no hay escapatoria; los embutidos entre los que vive a causa del negocio familiar, una madre que muestra su preocupación de maneras ásperas y que le restringe la comida, el calor denso de un verano en un pueblito de Extremadura. Por sus características físicas, Sara se vuelve presa de las burlas de sus compañeros, quienes van aumentando la crueldad de sus agresiones sin piedad. Al llegar a un punto extremo —en una secuencia que incluye insultos, el despojo de su ropa, y una persecución que obliga a la protagonista a correr en traje de baño— entra a escena un personaje clave, un asesino que convierte en víctimas a las victimarias de Sara. Su normalidad se resquebraja, pues tiene ante ella la opción de rescatar a quienes la han torturado por años, o permitir que tengan una muerte tortuosa en manos del recién llegado.

La cinta parece dirigirse hacia el slasher film —ese género caracterizado por litros de sangre y jóvenes en problemas—, adaptando muy bien al contexto español algunos de los rasgos de ese tipo de cintas. El entorno rural, solitario y opresivo de la localidad es el escenario ideal para una masacre. España no le pide nada a Texas, y el ambiente es propicio para la historia que se cuenta. Sin embargo, la directora prefiere no seguir al cien las reglas del juego, y en lugar de eso prepara varios giros que ponen a pensar en los matices de los temas que plantea: ¿Las víctimas son personas inocentes? ¿Habría que mostrar piedad por quienes nos han violentado?

También en la representación de la gordura, el filme huye de la corrección y abunda en tomas que retratan sin pudor los kilos desnudos, la carne expuesta, la culpa por permitirse sentir deseo, el peso de ser deseada solo por un ser terrible. La película no redime la condición de Sara, sino que se regodea en ella: nunca le mira el lado amable a su sobrepeso, ni se reconcilia con él; al contrario, la protagonista se refugia con ansiedad en la comida chatarra ante la mirada reprobatoria de la cajera del supermercado, de su madre, y probablemente de los espectadores.

Y, aun así, la cinta tiene la gracia de mantenerse fiel al personaje construido. También ahí Pereda prefiere huir a los lugares comunes del cine de venganza y no convierte a Sara en una justiciera con ganas de educar al estilo de, por ejemplo, Promising Young Woman (Emerald Fennell). Y, aunque pudiera, no se vuelve la fantasía de revancha de cintas como Carrie (Brian De Palma). Sara es lo que es y así se presenta: una adolescente desamparada, pero ansiosa de conectar y de vivir nuevas experiencias, de reír mientras fuma, de hacer un amigo, de sentir un beso.

Pereda ofrece cero respuestas sobre las motivaciones del asesino, como tampoco explica su trato especial hacia Sara. Aunque inquietante, la decisión parece congruente con el hecho de que del lado opuesto ocurre lo mismo: nunca se explica por qué sus compañeras dan también a Sara un (mal)trato especial. La gordura de Sara es el criterio arbitrario por el que las chicas del pueblo la toman contra ella, pero también es un criterio arbitrario el que la salva.

Cerdita puede no ser el slasher que su publicidad promete, pero sí es una película bien ejecutada, con imágenes poderosas y con una propuesta interesante por atreverse a evitar las salidas fáciles.

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