
Crítica de la película Observar las aves, de Andrea Martínez Crowther. Narrada a manera de documental, la cinta registra el proceso de deterioro cognitivo de Lena, enferma de Alzheimer.
“Hace seis meses me diagnosticaron con Alzheimer. Entonces decidí que quiero grabar mi desaparición.” Es curioso que Lena, la protagonista de esta cinta, elija esta palabra para referirse a su enfermedad. Es así: aunque el cuerpo de los enfermos con Alzheimer siga presente, el Yo que conocíamos acaba por desvanecerse. Nos encontramos entonces en compañía del esqueleto y piel de quien fue nuestro abuelo o tía o madre, habitados por otra persona, pues aquella que conocíamos ha desaparecido. “Mi descenso al olvido”, le llama ella.
Desde sus primeros momentos, Observar las aves evoca una nostalgia triste y hermosa al conjugar detalles de flores, primeros planos de la piel de un hombre visto con amor, atardeceres y fragmentos de una vida, con las palabras prolijamente hiladas de la figura central de esta cinta. Lena Daerna se presenta: Es una escritora de origen francés, que ha vivido la mitad de su vida en México, país en el que se despedirá de este mundo antes de que su cerebro acabe por extinguirla. Ha escrito numerosos libros, pero desea despedirse con una película que documente su proceso hacia el final.
A manera de documental, la cinta va construyendo a una figura cuya sensibilidad por la vida es contagiosa. Conocemos sus pequeños placeres: sumergirse en una alberca; contemplar el jardín; conversar por videollamada con su nieta; jugar con las palabras en español o inglés o francés; el cigarro mientras escribe; recordar al amor de su vida en películas caseras. “Tú miras las aves y yo te miro a ti.”
Los olvidos comienzan poco a poco y antes de que escalen, Lena busca a una cineasta para que la ayude a filmar. La directora Andrea Martínez Crowther (Cosas insignificantes) entra a escena para acompañar a la escritora en este proceso y será ella la encargada de terminar la cinta pues a mitad de la película Lena, la que había comenzado a filmar su vida, ya no existe como tal y Andrea anuncia un cambio de narradora.
Pero ella siempre fue la narradora, porque la película que vemos es una ficción.
Y aquí es cuando entro yo a hablar desde mi experiencia frente a la cinta. Me acerqué a ella como hago la mitad de las veces: sin leer nada antes de verla. Comencé a mirarla como documental y no tardé mucho en empezar a llorar. Frente a la reciente enfermedad de mi madre, el deterioro cognitivo es algo que me atormenta demasiado: ¿Hasta qué punto mi mamá sigue siendo ella? ¿Cómo me acerco a esta nueva persona?
Pienso mucho en el desvanecimiento. Como Lena, quisiera documentar lo que nos quede de vida con mi mamá y poder mirar este momento desde sus ojos. Quisiera saber qué cosas extraña y cuáles prefiere soltar. ¿Hay algo que disfrute de estos días en cama y silla de ruedas? ¿Qué recuerdos le dan sosiego en medio de esta incertidumbre?
Observar las aves es una ficción narrada a manera de documental, pero hay algo de verdadero en ella. En entrevistas, la directora Andrea Martínez Crowther ha compartido que la idea de hacer esta película nació a partir de su propia experiencia con su madre, quien enfermó de Alzheimer. ¿Cómo sería una película contada por alguien que se va extinguiendo con este padecimiento? La directora supo que necesitaba actores naturales y encontró en la artista plástica Bea Aaronson a la intérprete perfecta para lo que buscaba. Pero la otra narradora tenía que ser ella misma, interpretando con su nombre a la cineasta que llega para cumplir un encargo, pero que se queda para sostener el final de una historia.
La cinta tiene una estética amateur con el que alimenta la ilusión de realidad y es también lo que revela sus costuras: en la construcción del hijo como antagonista demasiado oportuno que se opone a la filmación, en movimientos de cámara que se perciben coreografiados cuando, por ejemplo, se quema un huevo y Lena entra en crisis, e incluso en la interpretación de la propia directora, se alcanza a percibir que estamos frente a una puesta en escena en todos los sentidos. Y esto es lo interesante en la cinta, que a través de estos cruces entre realidad e invención nos permite hacernos planteamientos sobre los alcances y límites del cine documental (y, para el caso, el de ficción). ¿Sería pertinente exhibir los momentos últimos de una persona que pierde el control de sí? ¿Qué tan ético sería disfrazar como realidad momentos dolorosísimos como la pérdida de la autonomía mental y física? ¿La performatividad de experiencias reales preserva la condición del cine como documental, o lo ficcionaliza?
Enuncio estas preguntas sin esbozar respuestas. A pocos días de que Una película de policías (Alonso Ruizpalacios) ganara el Premio Ariel a Mejor Documental, con aplausos de unos y reservas de otros, este parece un tiempo adecuado para preguntarnos por las formas de este cine, pero además de todo, por sus objetivos. ¿Para qué reconstruir una realidad?, por ejemplo. Siendo sinceros acerca de que el cine es montaje y, como tal, es manipulación, ¿hasta dónde es pertinente llevarla y para qué efectos?
Y, a pesar de que se trate de una interpretación y de un personaje ficticio, hay en Observar las aves un aspecto que se siente completamente genuino en las visitas que se confunden, en las palabras que ya no llegan a la boca, o en el piso que se barre una y otra vez; hay una veracidad que rebasa cualquier etiqueta en los detalles sobre ese desaparecer que solo nos pueden compartir quienes han vivido en carne propia un descenso hacia el olvido, como le llama Lena y como experimentó Andrea.
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