Perdida en la traducción: Sobre lo ‘whitexican’ en el cine

Por Oralia Torres

Netflix

¿Qué historias son las que sí vale la pena contar y según quién? ¿Qué nos dice que los únicos latinos que escriben, dirigen o protagonizan esas historias sean blancos? Oralia Torres plantea estas preguntas en este texto sobre lo whitexican en el cine

Me gusta poner música mientras cocino e imaginar secuencias para películas que no existen. Por ejemplo, una mujer norteña en sus 30 haciendo tortillas de maíz mientras escucha a los Rolling Stones. La idea era presentar cómo confluyen diferentes acciones en una cotidianidad globalizada. Nunca pensé que sería ridícula hasta que vi el trailer de Bardo (Alejandro González Iñárritu, 2022), el cual presenta diferentes secuencias de acciones y eventos del imaginario mexicano —como las interpretaciones de los Niños Héroes en el Castillo de Chapultepec o las interminables filas para cualquier trámite— al ritmo de “I Am the Walrus”, concentrando en breves minutos la esencia del whitexican. Ya fue.  


El término whitexican —que mezcla white (blanco) con Mexican (mexicano)— surgió en redes sociales para describir a las personas mexicanas —normalmente de tez pálida— con una actitud muy blanca; es decir, que sostiene y refuerza el clasismo, racismo, machismo, xenofobia y sentido de superioridad del statu quo. El término resonó fuera del internet una vez que lo usó el cineasta Michel Franco en conferencia de prensa de Nuevo orden(2020) para declarar que el “racismo inverso” existe. Lo que él y otras personas —regularmente con capital social y plataformas de comunicación a su disposición— describen quizás sí es una forma de discriminación, pero no lo daña estructural ni socialmente como le pasa a, por ejemplo, Yalitza Aparicio, quien solo por existir y haber protagonizado una película recibe constantes ataques por parte de columnistas de moda o sociales. O al actor Tenoch Huerta, quien por usar su luminaria para denunciar racismo es calificado de “resentido” o “malagradecido”. Franco fue ridiculizado por muchísimas personas, claro, pero también celebrado por otros que afirmaban que la gente blanca —la que ha dominado todo por siglos— ahora está “siendo perseguida”.

Aquí es donde me miro en el espejo. Soy una mujer blanca cishetera, binacional, educada en escuelas y universidades privadas, titulada en Relaciones Internacionales, que busca armar carrera en la escritura. Mi perfil grita “privilegio”; en general no he batallado tanto y vivo bien. En el cine mexicano mi experiencia general está más que presente: fuera de regionalismos, siempre hay mujeres blancas como protagonistas o intereses amorosos. En el cine internacional siempre hay mujeres que se ven como yo,  y más ahora que existe el arquetipo de chica “rara” de lentes y cabello rizado.

En Estados Unidos, desde mediados de la última década, ha habido una importante crítica y demanda por mejor representación en pantalla de todo tipo de personas (vaya, cualquiera que se salga del molde normativo de personas blancas, cishetero e hiperdelgadas). Poco a poco ha mejorado, al grado que ya llama la atención si el reparto es exclusivamente blanco. Superficialmente funciona; observando detenidamente (o no), sobresale un detalle incómodo: la mayoría de los personajes latinos en producciones estadounidenses son tan blancos como yo.

Bajo el lente gringo, cualquiera que tenga un apellido en español – por ejemplo, GarcÍa o Torres – califica como latino. ¿Alguien en tu árbol genealógico viene de México, Colombia, Puerto Rico, Cuba, Argentina, España, o cualquier lugar con el español como lengua dominante? Eres latina. Bajo la mirada de supremacismo blanco estadounidense, “latino” es otra subcategoría racial, ignorando por completo el contexto, nivel educativo, color de piel y otras particularidades. Por eso, cuando personas consideradas blancas en México van para allá y enfrentan racismo o xenofobia, por más casual que sea (“no te ves como mexicana”), desconcierta mucho. Quienes están acostumbradas a ser tratadas como primera clase en casa se sorprenden al recibir trato de segunda. Esto se traslada a la pantalla a la perfección: hasta hace muy poco, actores latinoamericanos sólo podían interpretar a narcotraficantes y trabajadoras domésticas. Aun con estas conversaciones y discusiones sobre la representación de personajes latinos, sobre historias centradas en historias latinas (producidas y distribuidas con dinero hollywoodense), los personajes siguen siendo blancos.

Durante las ruedas publicitarias de Father of the Bride (Gary Alazraki, 2022), remake de la película homónima de 1991, se hizo mucho énfasis en que era, en esencia, la misma historia, adaptada para la perspectiva y cultura latina. Leí muchos “son historias de latinos para latinos y para el resto”. ¿El problema? La película se enfoca en dos familias latinas muy blancas: la de cubanoamericanos blancos que hicieron fortuna en Florida, y la de whitexicans que viven excelentemente bien en México y van a Estados Unidos a expandirse. Esto sigue la tendencia de películas latinoestadounidenses de años anteriores: In the Heights (Jon M. Chu, 2021), la adaptación que llevó a Lin-Manuel Miranda a ser un nombre suficientemente conocido para hacer el musical Hamilton, enfoca su narrativa en personajes latinos blancos (o no-tan-morenos) mientras borra subtramas de tensión racial (cuestión que sí estaba presente en el musical original). Por otro lado, el remake de West Side Story(Steven Spielberg, 2021) fue notable porque, aunque se buscó contratar e incluir actores de pieles oscuras para interpretar personajes puertorriqueños y evitar oscurecer las pieles de sus actores, como hizo la primera adaptación del musical, se contrató a una actriz estadounidense blanca (con ascendencia colombiana) para interpretar a su protagonista. También quedé con muy mal sabor de boca tras ver Culture Shock(Gigi Saul Guerrero, 2019), una historia sobre una migrante mexicana que descubre que el “sueño americano” es una pesadilla, película protagonizada por Martha Higareda. Sí, Martha Higareda, la trágica heroína blanca y de clase alta de Amarte duele(Fernando Sariñana, 2002).

Por supuesto, hay que llevar historias “latinas” (lo que sea que eso signifique) a la pantalla. Sí, es necesario que las audiencias diversifiquen las películas que ven y quiénes las protagonizan. Ahora, partiendo de ahí, ¿qué historias son las que sí vale la pena contar y según quién? ¿Quiénes son los que las pueden contar? ¿Qué nos dice que los únicos latinos que escriben, dirigen o protagonizan esas historias sean blancos? ¿Por qué no hay personas más morenas teniendo estas oportunidades y logros? ¿Por qué estas historias siguen siendo protagonizadas por personas que son como yo?

Vi Bardo el sábado en una sala IMAX. Al centro de esa visualmente espectacular película hay una historia muy íntima: Un documentalista/periodista, Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), regresa a Ciudad de México tras décadas de vivir en Estados Unidos para recibir un importante premio, y al volver revive el doloroso motivo que le hizo salir en primer lugar. Es una historia de varios duelos profundos que González Iñárritu rodea con discursos sobre el nacionalismo patriótico tradicional y las decisiones de vida y carrera, el valor de haberse ido y el “resentimiento” de quienes se “quedaron atrás”, además de comparaciones sobre los motivos detrás de migrar. Es un inmenso espectáculo para impresionar sobre lo grandioso que es él como autor, al grado que incluso se adelanta a las críticas que podrían hacerle sobre su película y las pone en boca de sus personajes. Con este recurso el director le hace saber a las audiencias que sí, sí sabe que piensan que tiene un ego gigantesco y que “se cree mucho” por haber triunfado fuera de México, haciendo el arte que quiere, y sí,sí le consta que lo perciben como whitexican, con todo y que siempre ha cargado con el apodo de “El Negro”.

En el truculento juego de la representación y visibilidad fílmica, de las historias mexicanoamericanas que vale la pena contar y llevar a todas las pantallas del mundo, Bardo se queda en un círculo pequeño que excluye a las mismas personas de siempre, incluyendo a las mujeres blancas que no salen del rol de madre-esposa-hija-objeto de deseo. Gama filma la tragedia de los migrantes en el desierto, pero su desgracia personal es sentirse más libre escuchando a David Bowie que bailando una cumbia. Claro, la cinta incluye un guiño a cómo cambia la percepción e identidad de un mexicano blanco una vez que cruza la frontera norte y cómo puede, también, ser discriminado, pero mantiene y reafirma la hegemonía de la blanquitud.

Más de lo mismo, pues.

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