Crítica de «El otro Tom »

Interior XIII

Crítica de El otro Tom, película que ayuda a plantearnos preguntas incómodas y realidades diversas en un mundo que nos exige, a costa de todo, ser normales.

De pie y con un semblante apagado, un niño de cabellera larga espera su turno para exponer junto a sus compañeros. A su lado, un letrero del salón de clases reza “HAVE THE COURAGE TO BE YOURSELF” (“Ten el valor de ser tú mismo”). La imagen engloba el dilema principal de esta película, pues el ánimo apagado del pequeño es su respuesta a la medicación que le ha sido prescrita para tratar su Trastorno Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), mismo que afecta su conducta.

El otro Tom es la nueva cinta escrita y dirigida por la dupla que integran Laura Santullo y Rodrigo Plá. Después de la trepidante Un monstruo de mil cabezas (2015), en la que una mujer intentaba escapar a las trabas de la burocracia y al sistema de salud a un ritmo trepidante, en esta ocasión la velocidad se desacelera y el tono se vuelve más íntimo.

Sin embargo, la batalla contra un aparato burocrático vuelve a estar presente en esta obra, solo que desde otra arista. Esta cinta sigue a Elena (Julia Chávez), una madre joven y soltera, cuyo hijo de nueve años es diagnosticado con TDAH luego de que su conducta comienza a traerle problemas en la escuela. Esta situación se presenta en los primeros 15 minutos de la cinta; el conflicto llega después, cuando Elena empieza a dudar de los medicamentos, y en lugar de ser escuchada es acusada de negligencia.

Santullo y Plá vuelven a exhibir una gran habilidad para crear diálogos plausibles y naturales. En esta película (basada en un libro homónimo de la propia Santullo) construyen además un universo bien nutrido para los personajes principales, a quienes dotan de todo un contexto particular; Elena y Tom (Israel Rodríguez) viven en una ciudad fronteriza y transitan fluidamente entre el español y el inglés, y con las implicaciones culturales y sociales propias de ese limbo. El padre del niño es un hombre ausente y ella debe hacerse cargo de la casa. Por si fuera poco, los arrebatos de Elena (sus respuestas agresivas a los trabajadores sociales, los insultos a las maestras, o la poca paciencia hacia Tom) sugieren que ella también vive con alguna condición que afecta su conducta. Y, por el estilo de vida precarizado e inestable que lleva, podemos intuir que la falta de atención a sus problemas de actitud ha impactado negativamente en su vida.

Los actores que dan vida a la madre y al hijo desarrollan también un trabajo a medida de sus personajes. A Elena la conocemos en un estado perenne de enojo y hartazgo; por eso resultan tan efectivos los momentos luminosos en los que se permite la suavidad al lado de su hijo. En Tom observamos un desamparo tremendo, así como gran inocencia sobre su persona y lo que se espera de él. Ahora sé que mi infancia también estuvo marcada por ese exceso de energía mal canalizado, pero la primera vez que vi esta película todavía no recibía mi diagnóstico de TDAH; por eso fue curioso encontrar tanto de mí en la cinta, particularmente en esa atmósfera de extrañeza. Cuando era pequeña (y en ocasiones hasta el día de hoy) vivía con cierto miedo de haber hecho algo malo sin haberme dado cuenta, porque los comportamientos que para mí eran naturales resultaban no ser tan ordinarios para las personas de mi entorno. Llorar con intensidad, inventar pequeñas mentiras, gritar cuando la frustración me rebasaba, interrumpir a mis maestras, o todo lo que entraba dentro de la categoría “travesuras” o “mala conducta”. Encontré también algo de entendimiento en el personaje de Elena, pues me llevó mucho tiempo comprender que lo que recibí como regaños, insultos inesperados, y falta de paciencia al crecer, era solo mi madre intentando tratar con una energía que la rebasaba. La película consigue sentirse genuina en cuanto a la complejidad con la que pinta a una maternidad así de rabiosa y resiliente; una madre que llama “estúpido” a su hijo, que lo zarandea para hacerlo entender, pero que igual haría y dejaría todo para protegerlo.

Sin embargo, el guion toma algunos caminos que por momentos acercan a la película a un tono aleccionador sobre los peligros de la medicación; al concentrarse en la batalla legal se pierde un poco el foco del factor humano que se desarrolló durante la primera mitad de la cinta, aunque se retoma en la recta final.

“HAVE THE COURAGE TO BE YOURSELF”, nos gritan desde pequeños en todos lados, aunque luego ese ser unx mismx disgusta, irrita, incomoda. ¿Quiénes somos en realidad las personas que vivimos desde la neurodiversidad? ¿Soy más yo cuando tomo medicamentos que me ayudan a concentrarme, pero me impiden socializar, o cuando no lo hago y mi mente corre errática por todos lados? El otro Tom ayuda a plantearnos preguntas incómodas y realidades diversas en un mundo que nos exige, a costa de todo, ser normales.

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