Ecos del diario de Alice Guy

Por Mónica Delgado

El estilo de rememoración que Alice Guy eligió para sus memorias es el de la rítmica de los sueños. Párrafos que de un momento a otro nos sacan de alguna escena para arrojarnos a otra, para lanzarnos a los recuerdos vívidos de los inicios del cinematógrafo, pero también de sucesos sociales que van describiendo contextos, formas y pensamientos de vida en las primeras décadas del siglo XX. Guy muestra en estas páginas una necesidad de no dividir los sucesos por anécdotas, o marcar con subtítulos algunos momentos, sino transmitir la noción de un constante fluir, que hace posible pasar en una misma página de descripciones de películas o rodajes a comentarios sobre alguna cena o trato con alguna persona. Así, desde este devenir libre y flexible, Guy plantea la materia del rescate de su propia memoria.


A través de una cartografía marcada por el cine como nueva invención y como acontecimiento social, Alice Guy, la primera cineasta de la historia, recupera recuerdos y sucesos ocurridos sobre todo entre 1876 y 1922, entre Valparaíso, París, Cleveland, Nueva York, Los Ángeles o Niza, en una autobiografía escrita en los años sesenta y originalmente publicada en 1973, en el centenario de su nacimiento. Memorias que se concentran en el periodo en que llegó como secretaria a la oficina de Léon Gaumont y en las primeras oportunidades y retos que implicó dirigir en tiempos tempranos del cinema. Memorias donde enfatiza su propia inventiva ante la escritura de una historia oficial y global que la dejó de lado por décadas. De esta manera, a través de sus propias memorias, Guy elabora la ruta de su reivindicación. Y confirma que, si no fuera por ella misma, al dejar este texto como una evidencia de films que ya no existen y de un trabajo que fue silenciado y olvidado, poco se sabría de los procesos de su obra y de su insistencia, de su pasión y rol pionero.


Hay una voluntad en estos textos de dar cuenta de las omisiones, y, sobre todo, compartir una mirada desde su experiencia sobre los hechos que fueron atribuidos a cineastas hombres. Guy filmó más de mil películas, entre Francia y EE. UU., en un periodo de veintiséis años, y a partir de este texto se pudo completar información de algunos títulos. Si bien Guy sostiene en algún pasaje del libro que no tiene la pretensión de “redactar una historia del cine en Estados Unidos. Me limito a transmitir lo que vi y escuché”, sus recuerdos brindan pistas y con humildad nos plantea acciones fundacionales. Y es así que nos acerca a hechos protagonizados por Edison, los Lumiére, David W. Griffith, Löis Weber o Charles Chaplin, y de cómo se dio el desarrollo del cine como espectáculo en medio de una industria floreciente, donde las traiciones, las transacciones bajo la mesa o invisibilizaciones eran cotidianos. Ya hoy en día muchas de las afirmaciones escritas por Guy en los años sesenta están insertas en la historia del cine, como aclarar los roles tanto de Edison y los Lumiére en la expansión del cinematógrafo (y no del kinetoscopio) en EE.UU.

Hay momentos en estas memorias muy significativos con relación a los procesos de sus películas. No solo Guy advierte sobre la dificultad en recursos humanos y financiamiento para hacer cine a finales del siglo XIX, sino sobre la urgencia de la experimentación, en unos inicios que todo debía ser nombrado o renombrado. Sostiene, por ejemplo, que crearon, en los films que hizo para Gaumont a inicios del siglo, cien nuevos trucos, que implicaron el uso de técnicas que permitían el efecto de retroceder el tiempo, ralentizar y acelerar la manivela, detener, hacer pausas, tomas que mostraban a los personajes en diferentes distancias, el uso de fundidos o sobreimpresiones.

También en algunos pasajes Guy establece algunas relaciones entre los sucesos cotidianos y el corazón argumental de algunos films. Por ejemplo, comenta que mientras buscaba locaciones en las afueras de los fortines de París, vio como una mujer llenaba en un armatoste en medio de un patio un colchón con algodón y que a los pocos minutos la mujer se fue. Al rato aparece un vagabundo y se mete a dormir en el colchón. La mujer regresa y sigue llenando la colchoneta con algodón. Guy dice que llegó a su casa y escribió el guion de lo que sería su film Le matelas épileptique (1906), aunque el argumento que planteó Guy implicaba que una vez que la colchonera terminaba de llenar con algodón su nuevo producto, y sin saber que había un hombre dentro, lo lanzaba por escaleras, callejones y patios, para poder transportarlo de un lado a otro y venderlo así a una joven pareja de esposos. Guy convertía una anécdota en una oportunidad para que la protagonista se luciera como una mujer fuerte y decidida, que trasladaba de modo hilarante un pesado colchón por las calles de París.

Le matelas épileptique. MUBI


Cuando Guy cuenta cómo fue su llegada a los puertos de Nueva York en 1907, comenta que hubo un suceso que le llamó la atención. Vio cómo un policía estadounidense llamaba la atención a un migrante europeo que hacía que su mujer cargara pesadas maletas. Le dijo: “Esto aquí no es así.” Y le quitó las maletas a la mujer y se las dio al esposo. Este hecho fue el detonante de su película Making an American Citizen (1912), realizada años más tarde.

Ante la tarea de hacer muchas películas al año, tanto producto de adaptaciones de obras literarias o teatrales, Guy se alimentaba de diversos sucesos de la vida real, donde las mujeres tenían diversas funciones desmitificadoras. Si bien no lo enuncia, pero desde sus primeras obras, Guy plantea obras con mujeres protagonistas, y que lideran el rumbo de las historias, con una agencia permanente y que esbozan aires de feminismos.


Y la producción de The Lure (1914), es quizás el evento más significativo que menciona Guy para describir cómo funcionaba el mundo de Hollywood con relación a las mujeres inmiscuidas en la labor cinematográfica. Guy no solo comentaba sobre los problemas que tuvo su productora Solax para lidiar con empresas mucho más grandes, sino sobre cómo distribuidores hacían uso de la crítica para convencer que sus películas no valían nada y que al comprarlas se les hacía un favor. Poco a poco Solax fue aplastada. Guy no solo fue invisibilizada por ignorancia, desconocimiento, o conveniencia, sino también debido a un sistema económico del cine que poco a poco se fue monopolizando.


Esta lectura de las memorias se debe al esfuerzo de Banda Propia Editoras, que publicó a fines de 2021 la primera edición al español en Santiago de Chile. Por un lado, en la edición aflora, a partir de una introducción a cargo de la cineasta Tiziana Panizza, la necesidad de vincular una filiación afectiva de Alice Guy con el territorio latinoamericano, debido a que de niña vivió en Valparaíso entre 1876 y 1879, el año en que comenzó la Guerra del Pacífico. Y por otro, la urgente difusión de su legado, a partir de sus películas, pero también desde la reconstrucción de la historia del cine desde su figura relevante. “Alice Guy (1873-1968)” es una obra indispensable para repensar algunos modelos de producción del cine en sus inicios y en su consolidación como industria, tanto desde los cimientos de Gaumont en Francia, como de la instauración de monopolios de grandes productoras en EE.UU., de Nueva York a Los Ángeles, desde la mirada sensible y crítica de una de sus pioneras.


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